Eran las 20h, salía de una exposición colectiva en una galería de Madrid, tras meses en los que mi vida se redujo a las paredes de mi casa y el supermercado. De repente me vi caminando en una calle enorme llena de coches y ruido, con una sensación rarísima en el cuerpo. Era una zona de paso, entre oficinas y una estación de autobuses, que sirve de entrada principal hacia el centro. Sentía que habían pasado décadas desde la última vez que crucé esa avenida.
Mientras bajaba la calle de noche me fijé en lo que tenía alrededor. Un edificio iluminadísimo lleno de oficinas vacías y espacios de reuniones en alquiler. Una discoteca cerrada, con dos puertas enormes lacadas en color rojo y dos pomos dorados con forma de cabeza de león, como la entrada a una escena de “Eyes Wide Shut”. Justo en frente uno de los restaurantes chinos de moda, un híbrido cultural, seguramente financiado por un fondo de inversión. A continuación una agencia de publicidad de toda la vida. Después el gimnasio de un futbolista famoso. Y por último una prestigiosa escuela de negocios. Mi cara se iba transformando a medida que bajaba la calle.
Todas esas cosas llamaron mi atención por una razón: a pesar de su aspecto eran ruinas, pertenecían a otra era.
Caminaba entre los vestigios de una época pasada. Son piedras que ya no sirven y aún así están ahí. Empresas, negocios, instituciones actuales que nacen ya siendo ruinas. Algunas no han nacido, todavía no existen y cuando comiencen a existir nacerán también siendo ruinas.
¿Qué las hace así? ¿Por qué son ruinas de una historia que sigue ocurriendo?
Lo son porque los pilares que los sustentan se han caído en pedazos y nadie se ha dado cuenta. Son ruinas invisibles, que no ponen nada fácil dejar atrás el individualismo, la precariedad, la competición, el status, la globalización colonizadora, el empobrecimiento cultural, el culto al cuerpo, el triunfo.
Y en mitad de una crisis climática y en la agonía del sistema neoliberal necesitamos negocios que rompan con lo standard, con la lógica de la productividad y el crecimiento, que garanticen el cuidado, que coexistan con la realidad y que ayuden a regenerarla. Negocios que quieran ser arquitecturas de futuro. O ser aliens, porque no quieren ser de este mundo, pero sí de otros que estén lejos y sean muy distintos . Y todo eso sí que lo encontré en los múltiples discursos del Arte horas antes, en aquella exposición.
Así que continué mi paseo hacia casa con la cabeza en otra parte, intentado entender qué me había ocurrido.
Cuando llegué a casa entendí que había abierto los ojos, que aquello era un despertar.